Hoy en día es muy habitual escuchar a papás y mamás decir "Yo sólo quiero que mis hijos sean felices". Efectivamente, éste parece ser el deseo de todos los padres del Siglo XXI: la "felicidad".
Cuando se ahonda un poquito más en la cuestíon de la felicidad de los hijos y se pregunta a papá y mamá que expliquen qué significa ser "feliz", a menudo es difícil para ellos describirlo y comienzan a asomar otras dudas, como:
- ¿Qué significa evitar la decepción a su hijo?
- ¿Sería feliz si todos sus deseos se hicieran realidad y le diésemos todo lo que pide?
- ¿Proviene la felicidad de no ser regañado, siempre ser aceptado, no importa como él o ella se comporten?
- ¿Será un hijo feliz si él o ella están a salvo de las dificultades y luchas, si todo sale con facilidad?
Es más que probable que el éxito constante y la aceptación de todos los comportamientos de su hijo no lo conduzcan a la verdadera sensación de felicidad. Por supuesto, un hijo siempre debe ser alabado por el trabajo duro y reconocido por las mejoras en el comportamiento.
En primer lugar, el hijo debe sentir el amor de sus padres, expresado en cálidos abrazos y ánimo, incluso en los momentos más difíciles. Sin embargo, hay muchos beneficios que se obtienen al corregir a un hijo que deja de esforzarse, que no conoce sus límites y que por ello recibe la crítica constructiva de los que le aman.
Imagine un grupo de hijos y padres de familia en un parque: hay un columpio con barras para hacer escalada y balanceo en la selva. Ante el mismo hecho hay varias actitudes:
1. Algunos padres dirigen a sus hijos hacia columpios más seguros, no les permiten acercarse al columpio de la selva, porque podría amenazar su seguridad.
2. Otros padres acompañan a sus hijos al columpio de la selva, y cuidadosamente vigilan a medida que va haciendo escalada en las barras, lo que permite a los hijos intentar nuevas habilidades, aunque al mismo tiempo con el máximo cuidado para su seguridad.
3. Un tercer grupo de padres se sientan en un banco absortos en la conversación con un amigo, mientras sus hijos se suben y mueven libremente, sin ninguna supervisión.
¿Qué tipo de padre es usted?
1. El primer padre mantiene a salvo a su hijo o hija de un daño físico, pero evitando que el hijo experimente la alegría y el sentido de la realización de dominar una nueva habilidad, y de esta manera fomenta en el hijo el desarrollo de los mismos temores que el padre experimenta.
2. El segundo padre permite que el hijo explore e intente nuevas habilidades, pero está allí como una red de seguridad por si el hijo experimenta cualquier dificultad.
3. El tercer padre permite la total libertad de su hijo o hija en su recreo, sin límites sobre aquello que el hijo pueda hacer o ser.
En diferentes momentos,y escenarios, es probable que sea aceptable la actitud de cada uno de estos padres, pero la mayoría de las veces es mejor ayudar a los hijos con cautela a entrar en una nueva situación, permanecer a su lado, y hacer todo lo posible para evitar daños. Ésta posiblemente sea la mejor manera de animar a nuestros hijos a probar cosas nuevas, e incluso el miedo, mientras que ellos saben que estamos ahí si nos necesitan.
A veces, si somos conscientes de las capacidades de nuestros hijos, es aconsejable permitirles la libertad de explorar por su cuenta, teniendo la confianza de que pueden tener éxito sin tenernos a nosotros a su lado. Algunos ejemplos de ésto son:
- dejar a nuestro hijo en una fiesta de cumpleaños sin nosotros
- permitir que nuestros hijos duermen por primera vez en casa de un amigo
- animar a nuestros hijos a montar su bicicleta por el campo con un amigo.
Este mismo principio se aplica cuando se trata del comportamiento de nuestros hijos hacia los demás, ya sea acerca de compartir los juguetes, ayudar con las tareas, o hablar con otras personas. Al principio, nuestros hijos no saben cómo comportarse. Ellos no nacen con la capacidad de compartir, o poner la mesa, o decir "por favor" y "gracias". Empiezan por modelar estas conductas de nosotros mismos. Poco a poco, se establecen las expectativas sobre estos comportamientos, y si las expectativas se cumplen o no, nuestros hijos experimentan las consecuencias apropiadas. Por ejemplo:
- Les damos las gracias y un abrazo cuando se han colocado todas las servilletas y cucharas muy bien sobre la mesa.
- Les quitamos el juguete, si su límite de tiempo para jugar con él ha pasado, o pertenece a otra persona (su amigo/a).
- Esperamos que digan la palabra "por favor" antes de dar a nuestros hijos el objeto que desean.
- Una motivante manera de gratificarlos por su cumplimiento, es colocar un adhesivo en una tabla cada vez que nuestro cumple con lo que se le pide, y después de 5 adhesivos, podemos ir a tomar un helado con él.
Y ¿qué tiene todo esto que ver con ser "feliz?" Pues mucho, porque un hijo es "feliz" cuando se siente bien consigo mismo y se enorgullece de haber trabajado duro para obtener una nueva habilidad. Es "feliz" porque se siente seguro acerca de lo que se espera de él. Es "feliz" un hijo que se siente amado por sus compañeros, porque él o ella ha aprendido el valor de compartir y tratar a los demás con amabilidad. Es "feliz" el hijo que ha aprendido el valor de una sonrisa, porque él o ella ha experimentado muchas sonrisas todos los días de los que le aman. Es "feliz" el hijo que ha aprendido que, mediante el esfuerzo, puede gatear o caminar, o contar, o leer, o hablar con claridad y amabilidad, o cantar una canción, o saltar en un pie, o ir en bicicleta. Es "feliz" el hijo que se siente capaz, confiado y seguro. Es "feliz" el hijo que es respetado y apreciado por lo que él o ella es, al mismo tiempo que se anima a ser el mejor ser humano que él o ella puede ser. Es "feliz" el hijo que sabe que sus esfuerzos son valorados por los demás.
Sin embargo, aquellos niños que crecen en un ambiente en el que todo se les permite, no tienen límites, hacen siempre lo que desean y se acostumbran a obtener todo lo que piden sin esfuerzo, en el momento en que se integren en la sociedad, ya sea el inicio de su etapa formativa o la interacción con nuevos amiguitos, se verán frustrados al comprobar que se comienza a esperar de ellos valores y comportamientos como el esfuerzo, la disciplina, el compartir, un buen comportamiento hacia los demás, en definitiva, unas normas y reglas que están establecidas, lo cual les provocará una frustración por no estar acostumbrados a ellas. Todo esto puede traducirse en un descontento del niño que puede llevar asociada la insatisfacción y la infelicidad del pequeño.
Ayudemos entonces los padres y madres a que nuestros hijos sean felices, participando de una forma activa en su formación, corrigiendo y aconsejando constructivamente a los pequeños cuando tengan comportamientos y actitudes que no son adecuados o que no son los esperados por los padres, así como motivándolos a que consigan sus requerimientos a través de su propio esfuerzo.
Todos los padres tienen la fuerza y la sabiduría que necesitan para aumentar verdaderamente la "felicidad" de los hijos, que se sientan seguros y fuertes y con confianza y poder, hijos que atienden las necesidades de otros, así como las suyas propias, los hijos que contribuyen, por su parte, para hacer de nuestro mundo un lugar mejor.
La felicidad de nuestro hijo no es, por tanto, un estado abstracto o filosófico, la felicidad proviene de la vida cotidiana y la buena forma de educar de los padres ayuda a conseguirla.
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